Se
sabe cuándo comienzan las guerras, pero no cuándo terminan. En el caso de
Afganistán, los continuos enfrentamientos acaecidos hasta el día de hoy
empezaron en el momento en el que la antigua Unión Soviética invadió el país.
Desde entonces, la lucha ha sido constante, un todos contra todos: la yihad
frente a los rusos y los talibanes, los afganos contra Al Qaeda, la Guerra
Civil entre los muyahidines… Sin embargo, la OTAN ha asegurado que esta
interminable guerra tendrá fecha de caducidad, concretamente en el año 2014. En
unos meses Estados Unidos y todos los países implicados se retirarán a
sabiendas de la derrota y, sobre todo, conociendo el futuro que les deparará a
los afganos. ¿Qué país quedará tras doce años de ocupación y de miles de libras
invertidas? ¿Qué ocurrirá con las miles de minas antipersona enterradas y
distribuidas por todo el territorio?
En
Kabul hay urbanizaciones blindadas, cajeros, supermercados, tiendas de ropa, restaurantes,
cafeterías… pero las calles siguen sin asfaltar, los edificios gubernamentales
están destruidos y las mujeres visten con el burka. La seguridad en la capital
afgana se ha convertido en un negocio más que en un servicio civil y nadie sabe
cuándo ni dónde se producirá un nuevo atentado. Las decenas de puntos de
control no sirven para calmar a la población y cada día que pasa el miedo
invade a los ciudadanos. Cualquier maletín, automóvil o persona puede
explosionar en cualquier momento y nadie está a salvo en uno de los países más
peligrosos del mundo. Según los datos de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), en el año 2011 murieron más de 3.500 civiles inocentes, 500 militares de
la coalición internacional y centenares de policías y agentes de seguridad.
El
supuesto fin de la guerra parece una mera utopía. La retirada de los diferentes
ejércitos, entre los que se encuentran los de Gran Bretaña y España, parece más
un aviso de viabilidad que un llamamiento a la paz. La mayoría de los afganos
vislumbran un futuro muy oscuro lleno de sangre y de caos. Y no es para menos.
Dos elecciones amañadas, una administración totalmente corrupta y un millón de
mutilados hacen que el actual Gobierno lo tenga complicado para aparentar
legalidad. Una de los terribles sucesos que pueden ocurrir en unos meses es la
posible llegada de los talibanes del sur hacia la capital. Los extremistas
islámicos del Hanafi, con la ayuda de los pakistaníes, podrían tomar el poder
nacional. Es curioso que la OTAN diera a conocer la noticia teniendo en cuenta
que los talibanes con anterioridad destruyeron por completo el país. Por tanto,
nada ni nadie garantiza que no vuelva un estado permanente de guerra al que, por
desgracia, los afganos se han acostumbrado.
El
periodista Peter Jouvenal, extrabajador de la CNN y de la BBC, entre otros
muchos medios de gran reconocimiento, lleva años cubriendo el conflicto afgano.
Jouvenal en una entrevista para el Grupo Prisa sostenía que “se tuvo la
oportunidad de acabar con la guerra en el 2001 pero la comunidad internacional
fue incapaz de resolverlo porque todos los recursos se desviaron a Irak, no
había ninguna intención de ayudar a los afganos”. El hombre que conoció a Osama
bin Laden en persona explicaba que “sólo una mínima parte del dinero entregado
por la comunidad internacional acaba en manos del pueblo afgano. Se cree que
sólo llega un cinco por ciento. Los norteamericanos se han gastado más de
30.000 millones de dólares en este país, la población es de 30 millones de
personas, por tanto, eso significa un millón de dólares por afgano y resulta
que el salario mínimo es de 100 dólares al mes, así que, ¿dónde ha ido a parar
todo ese dinero?”.
Así
pues, la guerra continuará y las minas antipersonas seguirán enterradas sin que
nadie las vaya a desactivar. Todos los días muere gente inocente a causa de
estos artilugios. Alberto Cairo, uno de los médicos internacionales de la Cruz
Roja asegura que cada día visitan su hospital una media de tres personas
alcanzadas por una bomba. Una media escalofriante de la que la mayoría no se
recupera y fallece. Así mismo, las bombas subterráneas han mutilado y asesinado
a más de la mitad de los soldados afectados hasta la fecha. La autopista
principal que une Kabul con la ciudad sureña de Kandahar es la zona más
atestada de minas. Los talibanes usan esta vía para cometer la mayoría de sus
atentados y así cortar los suministros del país. El sur está controlado por estos
islamistas, quienes utilizan las guerrillas para manifestarse ya que en una
guerra directa serían aplastados por superioridad numérica. El modus operandi de los talibanes es
similar al de los vietcong en la guerra de Vietnam, usan trampas mortales que
se cruzan al paso de los enemigos pero no entran en contacto con ellos.
Una
de las tareas más importantes que los soldados internacionales llevan a cabo en
Afganistán es la de desactivar bombas o, dependiendo del caso, hacerlas
explosionar. Para ello, los encargados de uno de los trabajos más peligrosos
que existen, chequean la zona donde existe alguna sospecha con robots de alta
tecnología que cuestan más de 90.000 libras. Son gente profesional a las que,
por extraño que parezca, la vida sí les importa y tienen mucho que perder. Lo
peor de todo es que las bombas ni sienten ni padecer y se quedan meses o incluso
años escondidas hasta que alguien las pisa y las hace estallar. ¿Qué pasará
cuando las tropas internacionales se retiren por completo? ¿Quién desactivará
las bombas? Es cierto que la ‘invasión’ internacional ha hecho ricos a unos
pocos y el resto de la población se ha quedado como estaba, pero ¿será un
acierto abandonar una misión sin completarla o sumirá al país en una catástrofe
irremediable? Para mucha gente, tan sólo los propios afganos pueden hacer
frente al problema porque los países que aún permanecen allí lo hacen por
intereses económicos pero, a pesar de ello, ¿lograrán la paz de su pueblo sin
ayuda de nadie? Seguramente, pronto lo sabremos.