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lunes, 30 de septiembre de 2013

LA RETIRADA DE AFGANISTÁN



Se sabe cuándo comienzan las guerras, pero no cuándo terminan. En el caso de Afganistán, los continuos enfrentamientos acaecidos hasta el día de hoy empezaron en el momento en el que la antigua Unión Soviética invadió el país. Desde entonces, la lucha ha sido constante, un todos contra todos: la yihad frente a los rusos y los talibanes, los afganos contra Al Qaeda, la Guerra Civil entre los muyahidines… Sin embargo, la OTAN ha asegurado que esta interminable guerra tendrá fecha de caducidad, concretamente en el año 2014. En unos meses Estados Unidos y todos los países implicados se retirarán a sabiendas de la derrota y, sobre todo, conociendo el futuro que les deparará a los afganos. ¿Qué país quedará tras doce años de ocupación y de miles de libras invertidas? ¿Qué ocurrirá con las miles de minas antipersona enterradas y distribuidas por todo el territorio?

En Kabul hay urbanizaciones blindadas, cajeros, supermercados, tiendas de ropa, restaurantes, cafeterías… pero las calles siguen sin asfaltar, los edificios gubernamentales están destruidos y las mujeres visten con el burka. La seguridad en la capital afgana se ha convertido en un negocio más que en un servicio civil y nadie sabe cuándo ni dónde se producirá un nuevo atentado. Las decenas de puntos de control no sirven para calmar a la población y cada día que pasa el miedo invade a los ciudadanos. Cualquier maletín, automóvil o persona puede explosionar en cualquier momento y nadie está a salvo en uno de los países más peligrosos del mundo. Según los datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en el año 2011 murieron más de 3.500 civiles inocentes, 500 militares de la coalición internacional y centenares de policías y agentes de seguridad.

El supuesto fin de la guerra parece una mera utopía. La retirada de los diferentes ejércitos, entre los que se encuentran los de Gran Bretaña y España, parece más un aviso de viabilidad que un llamamiento a la paz. La mayoría de los afganos vislumbran un futuro muy oscuro lleno de sangre y de caos. Y no es para menos. Dos elecciones amañadas, una administración totalmente corrupta y un millón de mutilados hacen que el actual Gobierno lo tenga complicado para aparentar legalidad. Una de los terribles sucesos que pueden ocurrir en unos meses es la posible llegada de los talibanes del sur hacia la capital. Los extremistas islámicos del Hanafi, con la ayuda de los pakistaníes, podrían tomar el poder nacional. Es curioso que la OTAN diera a conocer la noticia teniendo en cuenta que los talibanes con anterioridad destruyeron por completo el país. Por tanto, nada ni nadie garantiza que no vuelva un estado permanente de guerra al que, por desgracia, los afganos se han acostumbrado.

El periodista Peter Jouvenal, extrabajador de la CNN y de la BBC, entre otros muchos medios de gran reconocimiento, lleva años cubriendo el conflicto afgano. Jouvenal en una entrevista para el Grupo Prisa sostenía que “se tuvo la oportunidad de acabar con la guerra en el 2001 pero la comunidad internacional fue incapaz de resolverlo porque todos los recursos se desviaron a Irak, no había ninguna intención de ayudar a los afganos”. El hombre que conoció a Osama bin Laden en persona explicaba que “sólo una mínima parte del dinero entregado por la comunidad internacional acaba en manos del pueblo afgano. Se cree que sólo llega un cinco por ciento. Los norteamericanos se han gastado más de 30.000 millones de dólares en este país, la población es de 30 millones de personas, por tanto, eso significa un millón de dólares por afgano y resulta que el salario mínimo es de 100 dólares al mes, así que, ¿dónde ha ido a parar todo ese dinero?”.

Así pues, la guerra continuará y las minas antipersonas seguirán enterradas sin que nadie las vaya a desactivar. Todos los días muere gente inocente a causa de estos artilugios. Alberto Cairo, uno de los médicos internacionales de la Cruz Roja asegura que cada día visitan su hospital una media de tres personas alcanzadas por una bomba. Una media escalofriante de la que la mayoría no se recupera y fallece. Así mismo, las bombas subterráneas han mutilado y asesinado a más de la mitad de los soldados afectados hasta la fecha. La autopista principal que une Kabul con la ciudad sureña de Kandahar es la zona más atestada de minas. Los talibanes usan esta vía para cometer la mayoría de sus atentados y así cortar los suministros del país. El sur está controlado por estos islamistas, quienes utilizan las guerrillas para manifestarse ya que en una guerra directa serían aplastados por superioridad numérica. El modus operandi de los talibanes es similar al de los vietcong en la guerra de Vietnam, usan trampas mortales que se cruzan al paso de los enemigos pero no entran en contacto con ellos.

Una de las tareas más importantes que los soldados internacionales llevan a cabo en Afganistán es la de desactivar bombas o, dependiendo del caso, hacerlas explosionar. Para ello, los encargados de uno de los trabajos más peligrosos que existen, chequean la zona donde existe alguna sospecha con robots de alta tecnología que cuestan más de 90.000 libras. Son gente profesional a las que, por extraño que parezca, la vida sí les importa y tienen mucho que perder. Lo peor de todo es que las bombas ni sienten ni padecer y se quedan meses o incluso años escondidas hasta que alguien las pisa y las hace estallar. ¿Qué pasará cuando las tropas internacionales se retiren por completo? ¿Quién desactivará las bombas? Es cierto que la ‘invasión’ internacional ha hecho ricos a unos pocos y el resto de la población se ha quedado como estaba, pero ¿será un acierto abandonar una misión sin completarla o sumirá al país en una catástrofe irremediable? Para mucha gente, tan sólo los propios afganos pueden hacer frente al problema porque los países que aún permanecen allí lo hacen por intereses económicos pero, a pesar de ello, ¿lograrán la paz de su pueblo sin ayuda de nadie? Seguramente, pronto lo sabremos.

domingo, 22 de septiembre de 2013

BARRAS BRAVAS: LA CRUDA REALIDAD DEL FÚTBOL ARGENTINO




El fútbol mueve montañas y sobre todo dinero. Crea ilusiones y las quita, provoca alegrías y tristezas, engendra alabanzas y amenazas, hace que en ocasiones las personas pierdan los estribos hasta puntos extremos. En Argentina, un país donde el balompié “es más que una pasión, una religión”, se encuentran los grupos de hinchas más conflictivos y violentos del mundo. Cada club tiene el suyo propio y todos ellos se conocen como las barras bravas. Estas organizaciones ilegítimas nada tienen que ver con el deporte, manchan el nombre de los buenos aficionados por sus sucias actividades y producen la muerte media de seis personas al año.

Para todas las barras bravas –hooligans– el fútbol es un medio de vida y hacen de éste una justificación para extorsionar, poner y quitar entrenadores, coaccionar jugadores, amañar partidos… en definitiva, para delinquir y hacer negocios. Hay barras bravas que llegan a facturar 60.000 libras al mes e, incluso, se ofrecen a los políticos como barreras antichoque en sus respectivos mítines. Política, sobornos, negocios y violencia gratuita se entremezclan para crear una organización criminal de difícil solución en el deporte rey. Mafia controlada por un jefe que a su vez posee un grupo de fieles seguidores y un multitudinario ‘ejército’ raso que hacen exactamente lo que el ‘director de orquesta’ les dice. Nadie le lleva la contraria, ni siquiera los presidentes de los clubes se atreven a desbaratar sus planes. El miedo aquí siempre está presente, como en tantos y tantos casos de similitudes circunstancias.

“Defender al equipo hasta la muerte” es la consigna que todo miembro de una barra brava lleva inscrita a fuego en su cerebro dañado por el abuso de todo tipo de estupefacientes. Por el club están dispuestos a morir y también a matar. Desde que estos alocados extremistas comenzaron sus actividades, se han contabilizado cerca de 300 fallecimientos y millones de heridos. Sin duda es un grave problema al que, por desgracia, no se le da suficiente importancia. De hecho, hasta el año 2000, tan sólo 16 casos terminaron en condena y la inmensa mayoría sigue en libertad haciendo del deporte más conocido del planeta, una organización criminal que nada tiene que envidiar al cártel mexicano.



Una de las barras bravas más conocidas a nivel internacional es La Doce, la hinchada radical del Boca Juniors de Buenos Aires. Esta organización, cuyo lema es ‘el jugador número 12’ por el aliento que desde 1925 ofrece a su equipo, llegó a ser catalogada como ‘la hinchada más popular del mundo’ por la International Federation of Football History and Statistics (IFFHS) y sus cánticos, especialmente ‘Boca mi buen amigo’ fue considerado como un himno futbolístico por la Fédération Internationale de Football Association (FIFA). Sin embargo, es una mafia desde prácticamente sus comienzos. En la actualidad, Mauro Martín es el amo y señor de La Doce aunque en enero fue procesado por el asesinato de un aficionado y permanece en la cárcel. Todos los líderes, Quique ‘el Carnicero’, José ‘Abuelo’ Barrita o Rafael Di Zeo, han sido responsables directos de la mayoría de las víctimas argentinas en los campos de fútbol y, también, de una larga lista de estafas, extorsiones y negocios ilegítimos. A primera vista, las barras bravas parecen simplemente aficiones muy fanáticas y devotas, pero detrás de todo existe una importante red de criminalidad. Joaquín Sabina, por ejemplo, decía en una de sus canciones: “Veinte años cosidos a retazos de urgencias, disimulos y rutinas (…) los muchachos de La Doce más violentos, cuando la junan, en La Bombonera (…) alguna vez le harán un monumento los de la barra brava a mi Bostera”. El mismo cantautor español confesó que “desconocía lo que hay detrás de la barra brava” y que “no volvería a escribir esa canción –Dieguitos y Mafaldas–, aunque simplemente iba dedicada a una mujer argentina del Boca que me gustaba”.

Pero La Doce no es más que una barra brava más. Solamente en Buenos Aires hay más de 30 estadios de fútbol, algunos situados a escasos metros de la cancha del rival. Como por ejemplo, el caso del Racing Club de Avellaneda y el Club Atlético Independiente, enemigos históricos, cuyas barras bravas se enfrentan, primero en el campo de forma simbólica con sus ofensivos cánticos y banderas y, posteriormente, en la calle como si de una batalla napoleónica se tratara. Absolutamente todas las barras bravas de Argentina están perfectamente organizadas y, o bien; se preparan para el ataque del rival, o bien; para la defensa. La organización es tal, que las barras bravas pagan a la policía para que les escolten en el tradicional recorrido en bus por las calles hasta el correspondiente estadio. Lo lógico es proteger al ciudadano de este tipo de energúmenos pero lo sorprendente es que es al revés. Y, también es curioso, que estos aficionados extremistas entren al campo gratis, mientras que el resto paguen cifras astronómicas para poder disfrutar de un partido de fútbol en una zona en la que supuestamente se está a salvo, aunque esto tan sólo es teoría. En la práctica, cualquiera puede resultar herido y en contadas ocasiones, muerto.

Por tanto, el fenómeno de las barras bravas es un grave problema pero tiene difícil solución. Los clubes de fútbol sacan cuantiosas ganancias con todo ello. Son redes muy complejas en las que están involucradas muchas personas de gran importancia y a las que nadie puede tocar. Los muertos y heridos por las barras bravas pasan desapercibidos, pero el color verde de los millones de billetes que cada organización consigue al día, no. Así pues, parece misión imposible pensar en la eliminación de este tipo de organizaciones. Como siempre se han justificado en Argentina, ‘las barras bravas son un mal necesario’.

jueves, 19 de septiembre de 2013

LA PRECARIA SITUACIÓN DE LAS CÁRCELES BOLIVIANAS




¡Cómo han cambiado los centros penitenciarios en España! Antes entre las rejas tan sólo se podían encontrar personas de mal vivir, pero ahora muchos de los presos viven mejor dentro que fuera. ¡Hasta reciben visitas a cualquier hora como si estuvieran en su casa! Como siga así la cosa van a poner un photocall a la entrada. Normal que muchos de ellos cuando salen cometan delitos para volver. Hay veces que la realidad supera a la ficción. Por ejemplo, al señor Luís Bárcenas, extesorero del Partido Popular, lo han recibido como si fuera un héroe. No, no es una falacia. Un interno, que afirma haber coincidido con él en Soto del Real, cuenta que “es un tío de puta madre”, que le ha “regalado un pantalón” y que “ha firmado autógrafos en el patio como si fuera una estrella del rock”. ¡Qué rápido hace amigos incluso en el penal! Ya se sabe: el que tiene un amigo, tiene un tesoro, y Bárcenas respecto a los tesoros es un gran profesional. En fin, sin duda alguna hay prisiones que se parecen más al Club de la Comedia, con sus televisiones de plasma y su bar, pero también hay otras que se pueden equiparar a verdaderas carnicerías. Es el caso de algunos penitenciarios de Bolivia.

San Pedro y San Antonio, irónicamente son los nombres de dos de las cárceles más conflictivas y peligrosas del planeta. La primera, situada en el corazón de La Paz, cuenta con un aforo máximo de 800 personas, sin embargo, habitan aquí más de 2.500. La segunda, emplazada en la ciudad de Cochabamba, alberga alrededor de 1.000 presos que se ven obligados a dormir en cualquier esquina porque las escasas celdas que existen las tienen que comprar o alquilar como si de viviendas dignas se trataran. En ambos centros penitenciarios las condiciones de vida son infrahumanas: violadores, asesinos y traficantes de estupefacientes conviven con bebés que nacen y se crían tras unas rejas oxidadas de más de tres metros de altura. La única ley que existe es la del más fuerte. Los funcionarios se lavan las manos y ni siquiera se inmiscuyen en el interior de las prisiones, tan sólo simulan estar trabajando –para cobrar a fin de mes– en el control de acceso en el que diariamente transcurren más prostitutas que familiares. No existe ningún tipo de seguridad, los policías cubren el perímetro tras los altos y gruesos muros para que nadie pueda fugarse, pero en el interior el orden y la legitimidad reina por su ausencia.

La ‘autoridad’ en las prisiones está compuesta por un interno al que, por alguna ‘extraña’ razón, es elegido ‘democráticamente’ para ocupar un ficticio puesto de ‘dirección’. O lo que es lo mismo: los reclusos se ven obligados a ‘votarlos’ por extorsión. Estos individuos, se hacen llamar los delegados del Consejo de Prisioneros y en el sistema penitenciario de Bolivia están permitidos, o más bien, no están vetados. Son ellos quienes deciden todo lo que puede pasar o no en la cárcel. Son intocables, por lo que la legislación del Gobierno es papel mojado. La mayoría de esta información existe y la puedo compartir porque hay personas, sobre todo miembros de ONG, que ayudan a los reos más desfavorecidos y a los que el jefe del centro penitenciario deja pasar sin ningún tipo de encrucijada a cambio de, como no, una importante cantidad de dinero. Son fuentes fiables y de primera mano que, en más de una ocasión, han denunciado las terroríficas escenas que han observado, pero ningún gobierno se ha dignado todavía a leer sus detallados informes. ¿Algún día lo harán y tomarán partido en el asunto? Lo dudo mucho, es más, me atrevo a responder con un ‘no’ rotundo. ¿Y ustedes?.

Es impactante pero para sobrevivir en este tipo de cárceles, los reos se buscan la vida como carpinteros, artesanos, vendedores, cerrajeros… eso sí, si son afortunados. En muchas ocasiones, no tienen para comer y llegan a morir por inanición. Además, cuando no pueden comprar una celda a su respectivo delegado, las alquilan por una suma de dinero exagerada si se compara con el minúsculo espacio que disponen para dormir o, al menos, para intentarlo. El periodista Jalis de la Serna, para un programa de una empresa de comunicación española, se adentró en la prisión de San Antonio de Cochabamba a cambio de dinero y pudo entrevistar en exclusiva a un reo español de 45 años y exempresario condenado por tráfico de drogas en la intimidad de su celda para evitar problemas. Su testimonio, explica perfectamente cómo es la vida para un interno y, sobre todo, para un extranjero. “Pago 150 bolivianos (11 libras) de alquiler al mes y comparto la celda con dos personas más. El consulado español me da 400 bolivianos (35 libras) al mes y con ello pago la comida y el alquiler, pero es difícil que pueda sobrevivir con ellos durante más tiempo. Además sufrimos picaduras y mordeduras de todo tipo de insectos y roedores que pululan constantemente por aquí, por lo que, por ejemplo, siempre me meto papel higiénico en los oídos para que no me entren”.

Sin embargo, el problema de espacio y del pago de los bienes fundamentales no es el principal problema de las cárceles bolivianas. Las enfermedades, las torturas y los abusos de todo tipo están a la orden del día. Narcís, el entrevistado, cuenta su experiencia entre lágrimas ante las cámaras y su declaración no deja indiferente a nadie: “A mí el delegado me ha llegado a sacar 5.000 dólares (3.300 libras) por amenazas de muerte y torturas. He llegado a estar dos veces en el hospital muy grave. Te estrujan, son torturas muy drásticas. Por ejemplo, te meten en un bidón y te dan descargas o simplemente te cosen a palos reclamando dinero. Cuanto más les das, más te piden. Además, hay muchas enfermedades y lo único que puedo hacer para no morirme es fumar la ‘papa’, que es la base de la cocaína. Te anula el cerebro y puedo escapar de la realidad. Yo nunca había consumido drogas y ahora soy toxicómano. Por último y a la desesperada, me he intentado suicidar en muchas ocasiones, pero no he podido, no tengo con qué, esta gente disfruta con el sufrimiento de los demás, y si eres extranjero, mucho más”.

El Infierno de Palmasola


Las cárceles de San Pedro y San Antonio muestran síntomas de vejación absoluta hacia el ser humano, pero la prisión de Palmasola, en la ciudad boliviana de Santa Cruz, se crea un ambiente en el que uno puede imaginarse lo que la Iglesia desde siempre ha intentado describir de múltiples formas como el Infierno. En esta cárcel sobreviven a duras penas 5.200 presos de los que 400 tienen sentencia ejecutoriada y cerca de 200 son menores de edad. Por increíble que parezca, estas circunstancias de vida en la muerte, se han podido denunciar a partir de una desgracia que ha puesto en juicio el precario sistema penitenciario de Bolivia: la muerte de 30 presos tras una serie de enfrentamientos violentos entre ellos por diferencias raciales y asuntos pendientes. Así pues, el Gobierno de Evo Morales ha anunciado la aplicación de reformas ‘inmediatas’ para evitar más masacres como esta. ¿Será efectivo?.

Según el diario El País, el Defensor del Pueblo en la ciudad de Santa Cruz, Hernán Cabrera, ha informado que “se ha logrado identificar solo un cuerpo de los 30 muertos” y que “la tarea se dificulta porque la mayor parte de las víctimas fatales está calcinada”. Además, Cabrera, ha adelantado a los medios de comunicación bolivianos que calcula “al menos una semana para contar con el informe de los forenses”. El hacinamiento y la ineficacia del régimen disciplinario son factores que contribuyen a que se susciten conflictos como este. Los pabellones escenario del enfrentamiento, por ejemplo, “son sectores de régimen cerrado, pero claro, se abre cuando la Policía lo quiere”, se lamenta. No existe otra forma de explicar la relativa facilidad con la que ingresan armas y otros materiales a los penales.

Por tanto, las condiciones de vida de estos ‘mataderos’ vulneran los Derechos Fundamentales de cualquier ser humano y nadie hace nada por evitarlo. Son presos, sí. Han violado, asesinado y traficado con todo tipo de materiales, sí. Pero la mayoría ni siquiera han sido juzgados y esperan ‘por obra del señor’ que algún día alguien les diga cuántos años deben pagar como penitencia. También son personas, a las que, en muchos casos se han dejado corromper o han actuado bajo los efectos de las drogas. La mayoría son pobres diablos a los que la vida les ha sido ingrata. ¿Qué diferencia existe entre un asesino y una autoridad que deja que unas personas se pudran literalmente en la cárcel? Todos los días mueren presos por enfermedades o ajustes de cuentas. ¿Qué se puede hacer para denunciar esta situación? Juzguen ustedes mismos.

lunes, 2 de septiembre de 2013

EL TREN DE LA MUERTE




Las películas, las novelas, los videojuegos e incluso las letras de muchas canciones hablan del sueño americano. Para muchas personas, sobre todo aquellas que provienen de países desfavorecidos de Sudamérica, Estados Unidos es la tierra prometida pero para alcanzarla desde el sur, primero tienen que sobrevivir a la pesadilla mexicana. El país azteca es el mayor corredor mundial de la inmigración y una ruta obligada para aquellos que quieren entrar ilegalmente al ‘país de la libertad’.

La mayoría de los inmigrantes viajan sin documentos, tan sólo llevan lo puesto con el objetivo de no ser deportados. Estas personas no son nadie, son invisibles a los ojos de mucha gente que no tiene necesidades. Para los cárteles de la droga, que se encuentran inmersos en una guerra por el territorio y los recursos, simplemente son un tipo de mercancía diferente. Estos maltrechos desheredados entran en Guatemala ilegalmente para recorrer desde allí unos 5.000 kilómetros en dirección norte en un tren de carga al que llaman La Bestia.

El convoy también es conocido como el tren de la muerte porque mutila los sueños de los que caen de sus vagones, mata y olvida en fosas comunes. En La Bestia los inmigrantes son asaltados, robados, torturados o secuestrados. En el caso de las mujeres, siete de cada diez son violadas. Los narcotraficantes no tienen piedad. Las cifras que, desde hace tres años se repiten, no dejan indiferente a nadie. El Defensor del Pueblo mexicano y varias ONG citan a 20.000 personas secuestradas, así como miles de violaciones y torturas al cabo de un año.

Dicen los inmigrantes que no pueden fiarse de nadie, ni de maquinistas ni de jefes de estación, y tampoco de los propios compañeros de viaje, ya que muchos están compinchados con las mafias y frenan el tren en determinados tramos para que se suban los narcos en busca de bolsillos casi vacíos. Comentan, además, que si les asaltan están perdidos frente a los kalashnikov. Esto es una parte de la realidad de México, los maquinistas son obligados a colaborar con los narcos bajo la expresión ‘la plata o el plomo’, por lo que en el momento de subir a los lomos del tren, ya no hay nada seguro.

El viaje, que comienza para muchos de estos inmigrantes en el paso de El Coyote, en la frontera con Guatemala, probablemente no tiene asignado un destino final. Es curioso que los mexicanos coloquen el cartel de bienvenidos hacia su propio lado y no hacia el contrario, como sería lo lógico y, también, es interesante que lo llamen El paso del Coyote, que es como se les conoce allá comúnmente a los traficantes de personas.

El kilómetro cero de la expedición comienza en el río Suchiate, en la frontera de Guatemala con México. Lo que se contempla acá tiene tintes surrealistas. A plena luz del día, decenas de balsas fabricadas con neumáticos de camiones, transportan todo tipo de cargas sin ocultarse. Unas balsas trasladan productos de limpieza, otras ordenadores, otras inmigrantes ilegales. Otras balsas llevan azúcar, otras drogas, otras armas. En este paso todo el mundo vive del contrabando: los balseros, los almacenistas, los transportistas, los niños que vigilan a la policía o la policía que se deja corromper.

El cruce desde Guatemala se consigue por 20 pesos, apenas una libra. México y el país guatemalteco comparten unos 500 kilómetros de frontera pero tan sólo poseen ocho pasos de aduana. La mayoría de las personas prefieren utilizar los más de 50 puntos ciegos por los que se puede pasar en vehículos, o los más de 1.000 senderos por los que cruzar a pie, dada la alta permisibilidad presente.



Las personas que viven transportando mercancías de cualquier tipo afirman que ellos se “ganan la vida honradamente con un trabajo ilegal”. Una extraña distorsión del trabajo, ya que acá lo ilegítimo se entiende como un problema moral, no tanto como un delito, por eso es tan fácil dar el salto a otro tipo de cargamento, más peligroso pero más lucrativo: por ejemplo las personas, por ejemplo las drogas y las armas. Cuando cae la noche, casi todos los balseros recogen sus  pertenencias para irse a descansar. Mientras salen de su ‘lugar de trabajo’, la policía les saluda con camaradería. Todo normal para un lugar donde los sobornos, los ajustes de cuentas y el contrabando consiguen estimular el eterno bucle de la corrupción, palabra que define en gran medida este lugar de la muerte.

Por su parte, las bruscas sacudidas del tren carnicero hacen que los inmigrantes se tengan que agarrar fuertemente a cualquier saliente o manivela para no caerse. El tren coge velocidad en escasos minutos. Muchos de los viajeros están compinchados y señalan a las mafias quién es el que tiene más dinero o quién es más vulnerable. Subirse a un convoy y a otro y a otro, así hasta llegar al norte. Trenes que salen de madrugada y que llegan por la tarde. Los inmigrantes tan sólo pueden echar pequeñas siestas junto a la vía esperando el silbido del siguiente vagón. Así es este viaje en La Bestia, que cansa y desgasta y que muchas veces se cobra su tributo en vidas, algunas de ellas enterradas en el famoso cementerio de Tapachula.

Las estadísticas del Servicio Médico Forense Mexicano apabullan. En este país hay casi 9.000 cadáveres sin identificar. Es cierto que muchos de ellos son producto de las guerras internas del narcotráfico, pero la mayor parte de los cadáveres encontrados en las ciudades que atraviesa La Bestia son de indocumentados y no hay referencias cruzadas entre listas de desaparecidos y listados de cadáveres. El enterrador del camposanto cobra de los familiares de los muertos, y estos muertos nadie los reclama. Sus fosas están abandonadas y descuidadas en último agravio del destino sin que la verdad parezca importarle mucho a este tipo de gente.

Acuérdate hombre que, polvo eres y en polvo te convertirás. Pocas veces una frase bíblica tuvo tanto sentido. Muchos de los indocumentados que reposan bajo el polvoriento y rojizo terreno, por decirlo de alguna manera, no eran nadie cuando salían de sus países y no son nadie cuando no llegan a su destino, ni siquiera unas iniciales, ni siquiera una marca para no pisotearlos, por eso los viajeros del tren de la muerte siempre dan sus nombres y apellidos, por si acaso.

El rugido del tren es atronador, pero el traqueteo arrulla a los hombres cansados hasta que bajan la guardia. Algunos se duermen por agotamiento aun teniendo en cuenta que su vida depende de un acelerón, un frenazo o una curva cerrada. Son inmigrantes con sueños y sueño, el sueño que ha llevado a muchos a la tumba. Todos los indocumentados saben cuáles son las zonas más peligrosas: cuando el tren se interna en territorio de Los Zetas, el cártel de droga más sanguinario, o cuando el convoy penetra en zonas de maras y pandilleros.

Todos tienen su propia historia, es difícil encontrar a alguno que no haya sido robado, asaltado o extorsionado por alguna autoridad. La estación de Arriaga en el Estado de Guajaca es un nudo de comunicaciones donde se juntan los inmigrantes que suben con los que bajan, donde unos cuentan a los otros los detalles del camino que pueden ser vitales. Mientras La Bestia se decide a salir, los inmigrantes se reparten por los alrededores para mendigar o descansar. Su presencia muchas veces crea tensiones con los vecinos que los ven como delincuentes.

Arriaga es uno de los 71 municipios considerados en México como de alto riesgo para los inmigrantes. El Defensor del Pueblo ha documentado más de 200 secuestros masivos de ilegales a lo largo de la vía que sigue el tren de la muerte. Hacia el norte, en Ixtepec, un conjunto de figuras humanas, algunas colgadas, otras en el suelo derribadas por el viento saludan desde la vía a los inmigrantes que llegan en el tren. El conjunto se llama Éxodos y refleja el destino de muerte de los inmigrantes.

En algunos albergues de paso se han contabilizado hasta 300 secuestros sólo en 2011. Algunos encargados de los albergues denuncian esta situación y creen que gran parte del dinero enviado desde EE.UU. a pequeñas localidades de México, no son remesas de inmigrantes sino pagos de secuestrados. Pero lo que más se denuncia son las vejaciones a las mujeres en todo el recorrido hacia el sueño americano. No hay estadísticas fiables porque las mujeres tienden a ocultar la violación. Es tan certero que la mayoría de las mujeres que emprenden este viaje son violadas que algunas buscan maridos de conveniencia con los inmigrantes o les ofrecen favores sexuales a cambio de su protección. Otras optan por aprovecharse de su cuerpo para seguir avanzando. Hay dilemas morales que no admiten juicios de valor previos. ¿Cómo se puede juzgar la necesidad de sobrevivir? ¿Qué haríamos nosotros?.



En la frontera con EE.UU. el narcotráfico dejó a más de 1.200 muertos en 2012. Los falsos controles de tráfico de los narcos, las masacres colectivas, los disturbios entre bandas rivales se han convertido en algo normal en el norte del país azteca. Tal es así que el Gobierno ha tenido que sacar al Ejército a las calles para intentar controlar las matanzas y el tráfico de todo tipo de mercancías, en las que se encuentran las personas. El trabajo del Ejército ha conseguido estabilizar las matanzas pero también han provocado numerosas denuncias por el abuso de poder de muchos soldados que aprovechan la situación desesperada del inmigrante para fines lucrativos.

El alcalde de Tamaulipas, ciudad fronteriza con Estados Unidos, reconoce que no puede hacer nada frente a lo que llama el crimen organizado y ni mucho menos dar nombres. Sólo a las afueras del pueblo se encontraron en 2012 más de 300 cadáveres en varias fosas comunes. Es imposible que nadie sepa nada, pero si cualquier persona habla más de la cuenta, al día siguiente puede que no vuelva a ver la luz del sol. La famosa ley del silencio se hace cada día más fuerte en numerosas localidades norteñas. Nadie puede hacer frente al cártel, sin duda todo ello es un problema de difícil solución pero que existe y que apenas se hace eco de ello.