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domingo, 22 de septiembre de 2013

BARRAS BRAVAS: LA CRUDA REALIDAD DEL FÚTBOL ARGENTINO




El fútbol mueve montañas y sobre todo dinero. Crea ilusiones y las quita, provoca alegrías y tristezas, engendra alabanzas y amenazas, hace que en ocasiones las personas pierdan los estribos hasta puntos extremos. En Argentina, un país donde el balompié “es más que una pasión, una religión”, se encuentran los grupos de hinchas más conflictivos y violentos del mundo. Cada club tiene el suyo propio y todos ellos se conocen como las barras bravas. Estas organizaciones ilegítimas nada tienen que ver con el deporte, manchan el nombre de los buenos aficionados por sus sucias actividades y producen la muerte media de seis personas al año.

Para todas las barras bravas –hooligans– el fútbol es un medio de vida y hacen de éste una justificación para extorsionar, poner y quitar entrenadores, coaccionar jugadores, amañar partidos… en definitiva, para delinquir y hacer negocios. Hay barras bravas que llegan a facturar 60.000 libras al mes e, incluso, se ofrecen a los políticos como barreras antichoque en sus respectivos mítines. Política, sobornos, negocios y violencia gratuita se entremezclan para crear una organización criminal de difícil solución en el deporte rey. Mafia controlada por un jefe que a su vez posee un grupo de fieles seguidores y un multitudinario ‘ejército’ raso que hacen exactamente lo que el ‘director de orquesta’ les dice. Nadie le lleva la contraria, ni siquiera los presidentes de los clubes se atreven a desbaratar sus planes. El miedo aquí siempre está presente, como en tantos y tantos casos de similitudes circunstancias.

“Defender al equipo hasta la muerte” es la consigna que todo miembro de una barra brava lleva inscrita a fuego en su cerebro dañado por el abuso de todo tipo de estupefacientes. Por el club están dispuestos a morir y también a matar. Desde que estos alocados extremistas comenzaron sus actividades, se han contabilizado cerca de 300 fallecimientos y millones de heridos. Sin duda es un grave problema al que, por desgracia, no se le da suficiente importancia. De hecho, hasta el año 2000, tan sólo 16 casos terminaron en condena y la inmensa mayoría sigue en libertad haciendo del deporte más conocido del planeta, una organización criminal que nada tiene que envidiar al cártel mexicano.



Una de las barras bravas más conocidas a nivel internacional es La Doce, la hinchada radical del Boca Juniors de Buenos Aires. Esta organización, cuyo lema es ‘el jugador número 12’ por el aliento que desde 1925 ofrece a su equipo, llegó a ser catalogada como ‘la hinchada más popular del mundo’ por la International Federation of Football History and Statistics (IFFHS) y sus cánticos, especialmente ‘Boca mi buen amigo’ fue considerado como un himno futbolístico por la Fédération Internationale de Football Association (FIFA). Sin embargo, es una mafia desde prácticamente sus comienzos. En la actualidad, Mauro Martín es el amo y señor de La Doce aunque en enero fue procesado por el asesinato de un aficionado y permanece en la cárcel. Todos los líderes, Quique ‘el Carnicero’, José ‘Abuelo’ Barrita o Rafael Di Zeo, han sido responsables directos de la mayoría de las víctimas argentinas en los campos de fútbol y, también, de una larga lista de estafas, extorsiones y negocios ilegítimos. A primera vista, las barras bravas parecen simplemente aficiones muy fanáticas y devotas, pero detrás de todo existe una importante red de criminalidad. Joaquín Sabina, por ejemplo, decía en una de sus canciones: “Veinte años cosidos a retazos de urgencias, disimulos y rutinas (…) los muchachos de La Doce más violentos, cuando la junan, en La Bombonera (…) alguna vez le harán un monumento los de la barra brava a mi Bostera”. El mismo cantautor español confesó que “desconocía lo que hay detrás de la barra brava” y que “no volvería a escribir esa canción –Dieguitos y Mafaldas–, aunque simplemente iba dedicada a una mujer argentina del Boca que me gustaba”.

Pero La Doce no es más que una barra brava más. Solamente en Buenos Aires hay más de 30 estadios de fútbol, algunos situados a escasos metros de la cancha del rival. Como por ejemplo, el caso del Racing Club de Avellaneda y el Club Atlético Independiente, enemigos históricos, cuyas barras bravas se enfrentan, primero en el campo de forma simbólica con sus ofensivos cánticos y banderas y, posteriormente, en la calle como si de una batalla napoleónica se tratara. Absolutamente todas las barras bravas de Argentina están perfectamente organizadas y, o bien; se preparan para el ataque del rival, o bien; para la defensa. La organización es tal, que las barras bravas pagan a la policía para que les escolten en el tradicional recorrido en bus por las calles hasta el correspondiente estadio. Lo lógico es proteger al ciudadano de este tipo de energúmenos pero lo sorprendente es que es al revés. Y, también es curioso, que estos aficionados extremistas entren al campo gratis, mientras que el resto paguen cifras astronómicas para poder disfrutar de un partido de fútbol en una zona en la que supuestamente se está a salvo, aunque esto tan sólo es teoría. En la práctica, cualquiera puede resultar herido y en contadas ocasiones, muerto.

Por tanto, el fenómeno de las barras bravas es un grave problema pero tiene difícil solución. Los clubes de fútbol sacan cuantiosas ganancias con todo ello. Son redes muy complejas en las que están involucradas muchas personas de gran importancia y a las que nadie puede tocar. Los muertos y heridos por las barras bravas pasan desapercibidos, pero el color verde de los millones de billetes que cada organización consigue al día, no. Así pues, parece misión imposible pensar en la eliminación de este tipo de organizaciones. Como siempre se han justificado en Argentina, ‘las barras bravas son un mal necesario’.