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lunes, 2 de septiembre de 2013

EL TREN DE LA MUERTE




Las películas, las novelas, los videojuegos e incluso las letras de muchas canciones hablan del sueño americano. Para muchas personas, sobre todo aquellas que provienen de países desfavorecidos de Sudamérica, Estados Unidos es la tierra prometida pero para alcanzarla desde el sur, primero tienen que sobrevivir a la pesadilla mexicana. El país azteca es el mayor corredor mundial de la inmigración y una ruta obligada para aquellos que quieren entrar ilegalmente al ‘país de la libertad’.

La mayoría de los inmigrantes viajan sin documentos, tan sólo llevan lo puesto con el objetivo de no ser deportados. Estas personas no son nadie, son invisibles a los ojos de mucha gente que no tiene necesidades. Para los cárteles de la droga, que se encuentran inmersos en una guerra por el territorio y los recursos, simplemente son un tipo de mercancía diferente. Estos maltrechos desheredados entran en Guatemala ilegalmente para recorrer desde allí unos 5.000 kilómetros en dirección norte en un tren de carga al que llaman La Bestia.

El convoy también es conocido como el tren de la muerte porque mutila los sueños de los que caen de sus vagones, mata y olvida en fosas comunes. En La Bestia los inmigrantes son asaltados, robados, torturados o secuestrados. En el caso de las mujeres, siete de cada diez son violadas. Los narcotraficantes no tienen piedad. Las cifras que, desde hace tres años se repiten, no dejan indiferente a nadie. El Defensor del Pueblo mexicano y varias ONG citan a 20.000 personas secuestradas, así como miles de violaciones y torturas al cabo de un año.

Dicen los inmigrantes que no pueden fiarse de nadie, ni de maquinistas ni de jefes de estación, y tampoco de los propios compañeros de viaje, ya que muchos están compinchados con las mafias y frenan el tren en determinados tramos para que se suban los narcos en busca de bolsillos casi vacíos. Comentan, además, que si les asaltan están perdidos frente a los kalashnikov. Esto es una parte de la realidad de México, los maquinistas son obligados a colaborar con los narcos bajo la expresión ‘la plata o el plomo’, por lo que en el momento de subir a los lomos del tren, ya no hay nada seguro.

El viaje, que comienza para muchos de estos inmigrantes en el paso de El Coyote, en la frontera con Guatemala, probablemente no tiene asignado un destino final. Es curioso que los mexicanos coloquen el cartel de bienvenidos hacia su propio lado y no hacia el contrario, como sería lo lógico y, también, es interesante que lo llamen El paso del Coyote, que es como se les conoce allá comúnmente a los traficantes de personas.

El kilómetro cero de la expedición comienza en el río Suchiate, en la frontera de Guatemala con México. Lo que se contempla acá tiene tintes surrealistas. A plena luz del día, decenas de balsas fabricadas con neumáticos de camiones, transportan todo tipo de cargas sin ocultarse. Unas balsas trasladan productos de limpieza, otras ordenadores, otras inmigrantes ilegales. Otras balsas llevan azúcar, otras drogas, otras armas. En este paso todo el mundo vive del contrabando: los balseros, los almacenistas, los transportistas, los niños que vigilan a la policía o la policía que se deja corromper.

El cruce desde Guatemala se consigue por 20 pesos, apenas una libra. México y el país guatemalteco comparten unos 500 kilómetros de frontera pero tan sólo poseen ocho pasos de aduana. La mayoría de las personas prefieren utilizar los más de 50 puntos ciegos por los que se puede pasar en vehículos, o los más de 1.000 senderos por los que cruzar a pie, dada la alta permisibilidad presente.



Las personas que viven transportando mercancías de cualquier tipo afirman que ellos se “ganan la vida honradamente con un trabajo ilegal”. Una extraña distorsión del trabajo, ya que acá lo ilegítimo se entiende como un problema moral, no tanto como un delito, por eso es tan fácil dar el salto a otro tipo de cargamento, más peligroso pero más lucrativo: por ejemplo las personas, por ejemplo las drogas y las armas. Cuando cae la noche, casi todos los balseros recogen sus  pertenencias para irse a descansar. Mientras salen de su ‘lugar de trabajo’, la policía les saluda con camaradería. Todo normal para un lugar donde los sobornos, los ajustes de cuentas y el contrabando consiguen estimular el eterno bucle de la corrupción, palabra que define en gran medida este lugar de la muerte.

Por su parte, las bruscas sacudidas del tren carnicero hacen que los inmigrantes se tengan que agarrar fuertemente a cualquier saliente o manivela para no caerse. El tren coge velocidad en escasos minutos. Muchos de los viajeros están compinchados y señalan a las mafias quién es el que tiene más dinero o quién es más vulnerable. Subirse a un convoy y a otro y a otro, así hasta llegar al norte. Trenes que salen de madrugada y que llegan por la tarde. Los inmigrantes tan sólo pueden echar pequeñas siestas junto a la vía esperando el silbido del siguiente vagón. Así es este viaje en La Bestia, que cansa y desgasta y que muchas veces se cobra su tributo en vidas, algunas de ellas enterradas en el famoso cementerio de Tapachula.

Las estadísticas del Servicio Médico Forense Mexicano apabullan. En este país hay casi 9.000 cadáveres sin identificar. Es cierto que muchos de ellos son producto de las guerras internas del narcotráfico, pero la mayor parte de los cadáveres encontrados en las ciudades que atraviesa La Bestia son de indocumentados y no hay referencias cruzadas entre listas de desaparecidos y listados de cadáveres. El enterrador del camposanto cobra de los familiares de los muertos, y estos muertos nadie los reclama. Sus fosas están abandonadas y descuidadas en último agravio del destino sin que la verdad parezca importarle mucho a este tipo de gente.

Acuérdate hombre que, polvo eres y en polvo te convertirás. Pocas veces una frase bíblica tuvo tanto sentido. Muchos de los indocumentados que reposan bajo el polvoriento y rojizo terreno, por decirlo de alguna manera, no eran nadie cuando salían de sus países y no son nadie cuando no llegan a su destino, ni siquiera unas iniciales, ni siquiera una marca para no pisotearlos, por eso los viajeros del tren de la muerte siempre dan sus nombres y apellidos, por si acaso.

El rugido del tren es atronador, pero el traqueteo arrulla a los hombres cansados hasta que bajan la guardia. Algunos se duermen por agotamiento aun teniendo en cuenta que su vida depende de un acelerón, un frenazo o una curva cerrada. Son inmigrantes con sueños y sueño, el sueño que ha llevado a muchos a la tumba. Todos los indocumentados saben cuáles son las zonas más peligrosas: cuando el tren se interna en territorio de Los Zetas, el cártel de droga más sanguinario, o cuando el convoy penetra en zonas de maras y pandilleros.

Todos tienen su propia historia, es difícil encontrar a alguno que no haya sido robado, asaltado o extorsionado por alguna autoridad. La estación de Arriaga en el Estado de Guajaca es un nudo de comunicaciones donde se juntan los inmigrantes que suben con los que bajan, donde unos cuentan a los otros los detalles del camino que pueden ser vitales. Mientras La Bestia se decide a salir, los inmigrantes se reparten por los alrededores para mendigar o descansar. Su presencia muchas veces crea tensiones con los vecinos que los ven como delincuentes.

Arriaga es uno de los 71 municipios considerados en México como de alto riesgo para los inmigrantes. El Defensor del Pueblo ha documentado más de 200 secuestros masivos de ilegales a lo largo de la vía que sigue el tren de la muerte. Hacia el norte, en Ixtepec, un conjunto de figuras humanas, algunas colgadas, otras en el suelo derribadas por el viento saludan desde la vía a los inmigrantes que llegan en el tren. El conjunto se llama Éxodos y refleja el destino de muerte de los inmigrantes.

En algunos albergues de paso se han contabilizado hasta 300 secuestros sólo en 2011. Algunos encargados de los albergues denuncian esta situación y creen que gran parte del dinero enviado desde EE.UU. a pequeñas localidades de México, no son remesas de inmigrantes sino pagos de secuestrados. Pero lo que más se denuncia son las vejaciones a las mujeres en todo el recorrido hacia el sueño americano. No hay estadísticas fiables porque las mujeres tienden a ocultar la violación. Es tan certero que la mayoría de las mujeres que emprenden este viaje son violadas que algunas buscan maridos de conveniencia con los inmigrantes o les ofrecen favores sexuales a cambio de su protección. Otras optan por aprovecharse de su cuerpo para seguir avanzando. Hay dilemas morales que no admiten juicios de valor previos. ¿Cómo se puede juzgar la necesidad de sobrevivir? ¿Qué haríamos nosotros?.



En la frontera con EE.UU. el narcotráfico dejó a más de 1.200 muertos en 2012. Los falsos controles de tráfico de los narcos, las masacres colectivas, los disturbios entre bandas rivales se han convertido en algo normal en el norte del país azteca. Tal es así que el Gobierno ha tenido que sacar al Ejército a las calles para intentar controlar las matanzas y el tráfico de todo tipo de mercancías, en las que se encuentran las personas. El trabajo del Ejército ha conseguido estabilizar las matanzas pero también han provocado numerosas denuncias por el abuso de poder de muchos soldados que aprovechan la situación desesperada del inmigrante para fines lucrativos.

El alcalde de Tamaulipas, ciudad fronteriza con Estados Unidos, reconoce que no puede hacer nada frente a lo que llama el crimen organizado y ni mucho menos dar nombres. Sólo a las afueras del pueblo se encontraron en 2012 más de 300 cadáveres en varias fosas comunes. Es imposible que nadie sepa nada, pero si cualquier persona habla más de la cuenta, al día siguiente puede que no vuelva a ver la luz del sol. La famosa ley del silencio se hace cada día más fuerte en numerosas localidades norteñas. Nadie puede hacer frente al cártel, sin duda todo ello es un problema de difícil solución pero que existe y que apenas se hace eco de ello.