Las películas,
las novelas, los videojuegos e incluso las letras de muchas canciones hablan
del sueño americano. Para muchas personas, sobre todo aquellas que provienen de
países desfavorecidos de Sudamérica, Estados Unidos es la tierra prometida pero
para alcanzarla desde el sur, primero tienen que sobrevivir a la pesadilla
mexicana. El país azteca es el mayor corredor mundial de la inmigración y una
ruta obligada para aquellos que quieren entrar ilegalmente al ‘país de la
libertad’.
La mayoría de
los inmigrantes viajan sin documentos, tan sólo llevan lo puesto con el
objetivo de no ser deportados. Estas personas no son nadie, son invisibles a
los ojos de mucha gente que no tiene necesidades. Para los cárteles de la
droga, que se encuentran inmersos en una guerra por el territorio y los
recursos, simplemente son un tipo de mercancía diferente. Estos maltrechos desheredados
entran en Guatemala ilegalmente para recorrer desde allí unos 5.000 kilómetros
en dirección norte en un tren de carga al que llaman La Bestia.
El convoy
también es conocido como el tren de la muerte
porque mutila los sueños de los que caen de sus vagones, mata y olvida en fosas
comunes. En La Bestia los inmigrantes
son asaltados, robados, torturados o secuestrados. En el caso de las mujeres,
siete de cada diez son violadas. Los narcotraficantes no tienen piedad. Las
cifras que, desde hace tres años se repiten, no dejan indiferente a nadie. El
Defensor del Pueblo mexicano y varias ONG citan a 20.000 personas secuestradas,
así como miles de violaciones y torturas al cabo de un año.
Dicen los
inmigrantes que no pueden fiarse de nadie, ni de maquinistas ni de jefes de
estación, y tampoco de los propios compañeros de viaje, ya que muchos están
compinchados con las mafias y frenan el tren en determinados tramos para que se
suban los narcos en busca de bolsillos casi vacíos. Comentan, además, que si
les asaltan están perdidos frente a los kalashnikov.
Esto es una parte de la realidad de México, los maquinistas son obligados a
colaborar con los narcos bajo la expresión ‘la plata o el plomo’, por lo que en
el momento de subir a los lomos del tren, ya no hay nada seguro.
El viaje, que
comienza para muchos de estos inmigrantes en el paso de El Coyote, en la frontera con Guatemala, probablemente no tiene
asignado un destino final. Es curioso que los mexicanos coloquen el cartel de bienvenidos hacia su propio lado y no
hacia el contrario, como sería lo lógico y, también, es interesante que lo
llamen El paso del Coyote, que es
como se les conoce allá comúnmente a los traficantes de personas.
El kilómetro
cero de la expedición comienza en el río Suchiate, en la frontera de Guatemala
con México. Lo que se contempla acá tiene tintes surrealistas. A plena luz del
día, decenas de balsas fabricadas con neumáticos de camiones, transportan todo
tipo de cargas sin ocultarse. Unas balsas trasladan productos de limpieza,
otras ordenadores, otras inmigrantes ilegales. Otras balsas llevan azúcar,
otras drogas, otras armas. En este paso todo el mundo vive del contrabando: los
balseros, los almacenistas, los transportistas, los niños que vigilan a la
policía o la policía que se deja corromper.
El cruce desde
Guatemala se consigue por 20 pesos, apenas una libra. México y el país
guatemalteco comparten unos 500 kilómetros de frontera pero tan sólo poseen
ocho pasos de aduana. La mayoría de las personas prefieren utilizar los más de
50 puntos ciegos por los que se puede pasar en vehículos, o los más de 1.000
senderos por los que cruzar a pie, dada la alta permisibilidad presente.
Las personas que
viven transportando mercancías de cualquier tipo afirman que ellos se “ganan la
vida honradamente con un trabajo ilegal”. Una extraña distorsión del trabajo,
ya que acá lo ilegítimo se entiende como un problema moral, no tanto como un
delito, por eso es tan fácil dar el salto a otro tipo de cargamento, más
peligroso pero más lucrativo: por ejemplo las personas, por ejemplo las drogas
y las armas. Cuando cae la noche, casi todos los balseros recogen sus pertenencias para irse a descansar. Mientras
salen de su ‘lugar de trabajo’, la policía les saluda con camaradería. Todo
normal para un lugar donde los sobornos, los ajustes de cuentas y el
contrabando consiguen estimular el eterno bucle de la corrupción, palabra que
define en gran medida este lugar de la muerte.
Por su parte, las
bruscas sacudidas del tren carnicero hacen que los inmigrantes se tengan que
agarrar fuertemente a cualquier saliente o manivela para no caerse. El tren
coge velocidad en escasos minutos. Muchos de los viajeros están compinchados y
señalan a las mafias quién es el que tiene más dinero o quién es más
vulnerable. Subirse a un convoy y a otro y a otro, así hasta llegar al norte.
Trenes que salen de madrugada y que llegan por la tarde. Los inmigrantes tan
sólo pueden echar pequeñas siestas junto a la vía esperando el silbido del
siguiente vagón. Así es este viaje en La
Bestia, que cansa y desgasta y que muchas veces se cobra su tributo en
vidas, algunas de ellas enterradas en el famoso cementerio de Tapachula.
Las estadísticas
del Servicio Médico Forense Mexicano apabullan. En este país hay casi 9.000
cadáveres sin identificar. Es cierto que muchos de ellos son producto de las
guerras internas del narcotráfico, pero la mayor parte de los cadáveres
encontrados en las ciudades que atraviesa La
Bestia son de indocumentados y no hay referencias cruzadas entre listas de
desaparecidos y listados de cadáveres. El enterrador del camposanto cobra de
los familiares de los muertos, y estos muertos nadie los reclama. Sus fosas
están abandonadas y descuidadas en último agravio del destino sin que la verdad
parezca importarle mucho a este tipo de gente.
Acuérdate hombre que, polvo eres y en polvo te
convertirás. Pocas veces una frase bíblica tuvo
tanto sentido. Muchos de los indocumentados que reposan bajo el polvoriento y
rojizo terreno, por decirlo de alguna manera, no eran nadie cuando salían de
sus países y no son nadie cuando no llegan a su destino, ni siquiera unas
iniciales, ni siquiera una marca para no pisotearlos, por eso los viajeros del tren de la muerte siempre dan sus
nombres y apellidos, por si acaso.
El rugido del
tren es atronador, pero el traqueteo arrulla a los hombres cansados hasta que
bajan la guardia. Algunos se duermen por agotamiento aun teniendo en cuenta que
su vida depende de un acelerón, un frenazo o una curva cerrada. Son inmigrantes
con sueños y sueño, el sueño que ha llevado a muchos a la tumba. Todos los indocumentados
saben cuáles son las zonas más peligrosas: cuando el tren se interna en
territorio de Los Zetas, el cártel de
droga más sanguinario, o cuando el convoy penetra en zonas de maras y
pandilleros.
Todos tienen su
propia historia, es difícil encontrar a alguno que no haya sido robado,
asaltado o extorsionado por alguna autoridad. La estación de Arriaga en el
Estado de Guajaca es un nudo de comunicaciones donde se juntan los inmigrantes
que suben con los que bajan, donde unos cuentan a los otros los detalles del camino
que pueden ser vitales. Mientras La
Bestia se decide a salir, los inmigrantes se reparten por los alrededores
para mendigar o descansar. Su presencia muchas veces crea tensiones con los
vecinos que los ven como delincuentes.
Arriaga es uno
de los 71 municipios considerados en México como de alto riesgo para los
inmigrantes. El Defensor del Pueblo ha documentado más de 200 secuestros
masivos de ilegales a lo largo de la vía que sigue el tren de la muerte. Hacia el norte, en Ixtepec, un conjunto de
figuras humanas, algunas colgadas, otras en el suelo derribadas por el viento
saludan desde la vía a los inmigrantes que llegan en el tren. El conjunto se
llama Éxodos y refleja el destino de
muerte de los inmigrantes.
En algunos
albergues de paso se han contabilizado hasta 300 secuestros sólo en 2011.
Algunos encargados de los albergues denuncian esta situación y creen que gran
parte del dinero enviado desde EE.UU. a pequeñas localidades de México, no son
remesas de inmigrantes sino pagos de secuestrados. Pero lo que más se denuncia
son las vejaciones a las mujeres en todo el recorrido hacia el sueño americano.
No hay estadísticas fiables porque las mujeres tienden a ocultar la violación.
Es tan certero que la mayoría de las mujeres que emprenden este viaje son
violadas que algunas buscan maridos de conveniencia con los inmigrantes o les
ofrecen favores sexuales a cambio de su protección. Otras optan por
aprovecharse de su cuerpo para seguir avanzando. Hay dilemas morales que no
admiten juicios de valor previos. ¿Cómo se puede juzgar la necesidad de
sobrevivir? ¿Qué haríamos nosotros?.
En la frontera
con EE.UU. el narcotráfico dejó a más de 1.200 muertos en 2012. Los falsos
controles de tráfico de los narcos, las masacres colectivas, los disturbios
entre bandas rivales se han convertido en algo normal en el norte del país azteca.
Tal es así que el Gobierno ha tenido que sacar al Ejército a las calles para
intentar controlar las matanzas y el tráfico de todo tipo de mercancías, en las
que se encuentran las personas. El trabajo del Ejército ha conseguido
estabilizar las matanzas pero también han provocado numerosas denuncias por el
abuso de poder de muchos soldados que aprovechan la situación desesperada del
inmigrante para fines lucrativos.
El alcalde de Tamaulipas,
ciudad fronteriza con Estados Unidos, reconoce que no puede hacer nada frente a
lo que llama el crimen organizado y ni mucho menos dar nombres. Sólo a las
afueras del pueblo se encontraron en 2012 más de 300 cadáveres en varias fosas
comunes. Es imposible que nadie sepa nada, pero si cualquier persona habla más
de la cuenta, al día siguiente puede que no vuelva a ver la luz del sol. La
famosa ley del silencio se hace cada día más fuerte en numerosas localidades
norteñas. Nadie puede hacer frente al cártel, sin duda todo ello es un problema
de difícil solución pero que existe y que apenas se hace eco de ello.