El cáliz más importante de la cristiandad, la copa
de la que bebió Jesucristo en la Última Cena se encuentra en la ciudad de León. Así lo han confirmado numerosas investigaciones y documentos inéditos
que han salido a la luz tras un profundo letargo. La que hasta ahora había sido
la copa de Doña Urraca, famosa por sus piedras preciosas y su gran trabajo de
orfebrería, es la reliquia de la cristiandad de la que se han hecho numerosas
películas, de la que se han escrito múltiples libros y cómo no, reportajes de
todo tipo. Por fin se sabe que el Santo Grial se encuentra en la Basílica de
San Isidoro, uno de los monumentos románicos hispanos más importantes.
La muesca que prueba el descubrimiento fue arrancada
con una gumía de doble filo por Bani-I-Aswad, el jefe de la expedición que
llevó a León la copa de la Última Cena en 1055. Durante el viaje, el cáliz fue
custodiado por un obispo de Yalaliqa (nombre que recibía el Reino de León en
las fuentes islámicas). La documentación necesaria para el hallazgo se
encuentra en dos pergaminos localizados en la biblioteca de la Universidad de
Al-Azhar, en El Cairo (Egipto), la más emblemática de todo el Islam, fundada en
el año 975 y convertida en un gran centro de conocimiento por el sultán
Saladino.
La medievalista y cronista de León, Margarita Torres
Sevilla, y el historiador de arte, José Miguel Ortega del Río, autores del
libro Los reyes del Grial, que
llegará a las librerías muy pronto, desvelan todo el entramado, sin embargo,
han reconocido que ‘el puzle no queda definitivamente cerrado’, aunque se están
jugando su ‘prestigio académico con el ensayo’ y, por tanto, todos estos datos
son verídicos. El principal escollo es una ausencia de conocimiento de 400
años, ya que el primer testimonio escrito sobre el Santo Grial data de esta
fecha. La fuente con mayor fiabilidad y más antigua conocida es el Breviarius A, una ‘guía’ de Jerusalén
que describe la capilla de Cristo y del cáliz.
El Santo Grial permanece en Jerusalén hasta el siglo XI. En el año 1096, fecha de la primera Cruzada, el cáliz desaparece misteriosamente de la ciudad santa. En ese año la famosa reliquia llevaba 41 años ya en León, el cual fue recibido en 1055 por Fernando I el Magno. Se trataba de un regalo del emir de la taifa de Denia, a quien le convenía tener un buen trato con el que, en ese momento, era el monarca más importante y poderoso de la Hispania cristiana. El rey leonés llevó a cabo parte de la Reconquista y como reza en su tumba del Panteón Real: “Hizo tributarios suyos, con las armas, a todos los sarracenos de España”. Además, la copa no llegó sola, estuvo acompañada siempre de numerosas piezas de un valor hoy en día incalculable que se pueden contemplar en el Museo de la Basílica de San Isidoro de León.
Los manuscritos que se han encontrado en El Cairo
son de vital importancia para el hallazgo. En ellos se cuenta que el emir de
Denia fue el único de todo el Islam que acudió a la llamada desesperada del califa
fatimí ante la terrible hambruna que azotó a Egipto en el año 447 de la Hégira
(2 de abril de 1055). El rey de Denia, envió un cargamento de víveres y pidió a
cambio ‘la copa que dicen los cristianos que es del Mesías’ para enviársela a
‘Ferdinand Kabir, emir de Liyyun’ (Fernando el Magno, rey de León).
Por último, concretamente en el primer documento, se
encuentra el recorrido del preciado cáliz. La Copa de Cristo fue robada de
Jerusalén por los califas fatimíes de Egipto para ser entregada a un rey taifa
español, el emir de Denia. Un viaje de 5.000 kilómetros hasta llegar a León.
Otra prueba fundamental es el cáliz en sí mismo. Por su trabajo de orfebrería y
su decoración es coetánea a tiempos de Jesucristo, se trata de los llamados vasos de murrina utilizados
frecuentemente por la nobleza. Por tanto, todas y cada una de las pruebas que
existen hoy en día conceden a la copa de Doña Urraca una importancia superior,
la gran reliquia del Santo Grial.