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viernes, 4 de abril de 2014

JAMES HUNT, EL PRIMER PLAYBOY DE LA FÓRMULA 1



1976. Gran Premio de Fórmula 1 de Japón. El último de la temporada. El austriaco Niki Lauda lleva 3 puntos de ventaja sobre el británico James Hunt. Al final, Lauda se retira por las condiciones meteorológicas que meses antes le propiciaron un tremendo accidente. James Hunt acaba tercero y se hace con el campeonato mundial.

No ha habido nadie que haya representado tan bien el arquetipo de piloto playboy como Hunt, de hecho aún la gente se pregunta cómo un hombre, cuyo entrenamiento estaba compuesto por, según sus propias palabras, ‘champán, Marlboros y sexo’, podía haber ganado un campeonato mundial. Pero así fue, lo consiguió.

Sin embargo, como pueden suponer, no fue el campeonato mundial del 76 el que le hizo famoso. Más allá de sus méritos deportivos, fue su tempestuoso carácter lo que le convirtió en un símbolo de la historia del motor. Un icono que, tras más de 20 años de su muerte, prevalece por muchos motivos.

El 24 de octubre de 1976, cuando James Hunt consiguió el campeonato mundial de Fórmula 1 en Japón fue entrevistado en directo por la cadena británica BBC. El padre y varios miembros de su familia se encontraban junto a él en el plató londinense y miles de británicos, quienes habían descubierto al automovilismo gracias a él, permanecían atentos a los televisores.

Antes de terminar la corta pero fructífera entrevista, el periodista Dickie Davies le preguntó sobre qué iba a hacer al terminar el programa. Hunt contestó sin darle tiempo al presentador: ‘voy a emborracharme’. A nadie le pareció extraño. Los hábitos de Hunt eran de sobra conocidos por todos, no escondía su mala o buena vida –depende de cómo se vea– ante ningún medio de comunicación, ante nadie.

Las dos semanas previas al último y decisivo Gran Premio de Japón, Hunt se preparó a base de alcohol, marihuana y cocaína mientras se acostaba con 33 azafatas de vuelo de la British Airways en su espectacular habitación del Hotel Hilton de Tokio. Su historia es tal que, el actor y director de cine, Ron Howard, plasmó en su película Rush (2013), parte de sus hábitos durante el campeonato de automovilismo de 1976.


James Simon Wallis Hunt, nació el 29 de agosto de 1947 en Belmont, Inglaterra, en el seno de una familia acomodada. El interés de Hunt por el automovilismo se hizo más real cuando, el día del decimoctavo cumpleaños, asistió como regalo a un Gran Premio de Silverstone. A partir de ese momento, Hunt supo que su sueño era ganar un campeonato mundial de Fórmula 1. Como he señalado antes, tras una carrera bastante tumultuosa cumplió su sueño en 1976.

Un campeonato mundial incluyendo 10 victorias, 33 podios y 14 pole positions, pueden parecer unos logros insignificantes respecto a otros grandes como Michael Schumacher, que consiguió 7 campeonatos mundiales, pero hasta que apareció James Hunt, ningún otro piloto tuvo un potencial icónico tan grande. De hecho, la mayoría de seguidores de la Fórmula 1 de los años 70, sobre todo británicos, se aficionaron por éste.

Al igual que la muerte en Italia del brasileño Ayrton Senna conmovió al mundo y logró un espectacular ascenso de aficionados al automovilismo, sin James Hunt tampoco se hubiera producido este fenómeno. Y es que Hunt era un hombre muy peculiar. Su mono de competición estaba adornado con un parche con la inscripción sex, breakfast for champions (sexo, el desayuno de los campeones) y a menudo se presentaba a los actos oficiales en chancletas y acompañado de su perro.

En la actualidad, es completamente inimaginable que alguien con el espíritu de Hunt pueda triunfar o siquiera competir. Pero en los años 70 la Fórmula 1 era un deporte totalmente diferente al que conocemos en la actualidad. No era un escaparate comercial y publicitario en el que gana el que más dinero tiene para invertir.

La década de los setenta se caracterizó por ser la más excitante de la Fórmula 1. La profesionalidad aún quedaba lejana y los pilotos campaban a sus anchas por el paddock. Los intrépidos pilotos afrontaban las carreras como si fueran las últimas. Esto podía ocurrir, ya que en esta época los coches eran máquinas indomables y las medidas de seguridad totalmente deficientes. Por tanto, la muerte estaba aceptada como en los circos romanos. Formaba parte del entretenimiento.

James Hunt solía hacer declaraciones arrogantes pero tampoco escondía sus debilidades. El británico hacía declaraciones de este tipo, ‘tengo las pelotas más grandes que los demás’, mientras, una vez en el habitáculo del automóvil, sufría inmensos temblores y vomitaba antes de tomar la salida a causa de la ansiedad y de los efectos de las drogas en sus habituales resacas.

El británico nunca había sido un talento en la parrilla, pero pocos pudieron tener su determinación para afrontar la vida. Sus comienzos en el automovilismo fueron discretos y su estilo de conducción temeraria le producía numerosos accidentes bastante aparatosos y asiduos. Los resultados que cosechaba eran pobres y por ello los ingleses le llamaban Hunt the shunt –algo así como Hunt el descarriado.

Fuera de las críticas y de frustrarse, Hunt sabía perfectamente que para triunfar en el automovilismo no bastaba con tener agallas sino atraer importantes sumas de dinero. De hecho, fue de los primeros pilotos que consideró esta segunda propuesta como la más importante que el resto de los factores. Gracias a su estética y carácter, no tuvo ningún problema en conseguirlo.

A pesar de ello, nada de lo que posteriormente pasó hubiera sido posible sin la inestimable ayuda de Thomas Alexander Fermor-Hesketh. Éste era un Lord inglés a quien, al igual que a Hunt, le encantaba la velocidad y el hedonismo. Por este motivo, en 1972 fundó la escudería que llevaría su nombre, Hesketh Racing, para competir en el campeonato de Fórmula 3. A pesar de la mala fama de Hunt, el Lord le fichó para encabezar el proyecto.


‘En lo que a mí concierne, fue un visionario. Había intuido mis posibilidades reales y logró liberarme del peso moral de considerarme un destroza-máquinas, como me llamaban mis colegas. Me transportó a un mundo de fábula’, declaró Hunt sobre Hesketh. Y todo ello era cierto. Pero, probablemente, le faltó añadir que Hesketh lo escogió porque percibió en el carisma de Hunt el perfil más idóneo para encabezar la apoteosis viciosa y juerguista en la que se iba a transformar la escudería.

Cuando el aristócrata inglés decidió dar el salto a la Fórmula 1, bajo las declaraciones ‘puestos a hacer el idiota, mejor hacerlo a lo grande’, el campeonato no estaba preparado para lo que iba a suceder. A pesar del elitismo que despertaba el automovilismo, no dejaba de ser la lucha entre pilotos por conducir y de técnicos con el mono manchado de grasa por hacer un coche más veloz que el del resto.

En cambio, en la escudería de Hesketh había más chicas rubias que mecánicos. Como el propio Hunt apuntaló en una de sus entrevistas, ‘el equipo tenía dos divisiones; estaban los trabajadores, que se esforzaban al máximo por sacar el mejor coche; y luego estaban los amigos de Alexander, que conformaban el lado social del equipo. Eran un grupo de fiesteros entusiastas. Ahí donde hubiesen estado, siempre estaban dispuestos a tomarse el primer vodka a las diez de la mañana. Al fin y al cabo, las carreras eran en fin de semana. Habrían hecho lo mismo si estuvieran en Easton Neston –la casa de campo que poseía Lord Hesketh en Northamptonshire. Lo único que hicieron fue trasladar la fiesta a los circuitos. Tenían la costumbre de invitar a estrellas del rock al paddock y fueron los primeros en introducir la idea de vender merchandising del equipo’.

Por fin el día del debut en la Fórmula 1 llegó, concretamente en Montecarlo y la presentación del equipo no dejo indiferente a nadie. Hesketh y su equipo se presentaron en un lujoso Rolls-Royce, con cajas de champán y kilos de ostras y caviar iraní. Durante los tres años que aguantó el equipo –todo lo que dio de sí la fortuna del aristócrata– dieron más que hablar que el resto de equipos a pesar de ni siquiera conseguir el podio. Sus after-parties se hicieron objeto de las cámaras y siempre fueron foco de atención por todos.

Nunca ganaban pero los continuos fuera de tonos del equipo daban mucho de qué hablar, lo que generaría millones de dólares. Poco después, al comprobar el poder del dinero, la Fórmula 1 se convirtió en lo que sigue siendo hoy en día: un circo mediático. Hesketh Racing tuvo gran parte de culpa. Por ello, tanto Hunt como su jefe cambiaron la historia del automovilismo hasta nuestros días.

En los tres años de la escudería de Hesketh, todo el equipo se alimentó del vicio. Hunt se casó con la modelo Suzy Miller, aunque tras año y medio de un ficticio matrimonio, ésta le abandonó por otro célebre alcohólico, Richard Burton. Sea como fuere, Hunt no se hundió sino que dejó otra frase para el recuerdo: ‘Relájate Richard. Me has hecho un grandioso favor llevándote la cuenta de gastos más alarmante del país’.

Cuando a Thomas Alexander se le acabó el dinero y tuvo que renunciar a la Fórmula 1, Hunt estaba sólo, hasta que poco antes de empezar la temporada de 1976, el mítico piloto Emerson Fitipaldi abandonó McLaren. A pesar de la situación de la escudería, tardaron en decidirse por Hunt, ya que era ‘un personaje demasiado inestable’. Finalmente, la operación se llevó a cabo. ¿Por qué?

El dinero todo lo puede y la insistencia de John Hogan, responsable de marketing de Marlboro, por entonces principal patrocinador del equipo, llevó al fichaje más mediático de aquella época. La insistencia de Hogan no fue casual. Hunt tenía un enorme poderío en los medios de comunicación. Su melena rubia y su picaresca le hacían ser el hombre ideal para la publicidad.


En los años 70, los publicistas se fijaban más en un hombre triunfador y playboy que en alguien que diera ejemplo a futuras generaciones. Un hombre que podía levantarse después de una intensa noche de sexo y drogas y que encima ganara las carreras era una auténtica bendición tanto para Marlboro como para McLaren. La publicidad es ficción y, al fin y al cabo, Hunt representaba todo aquello que todo el mundo quería ser pero en realidad lo que nadie podía hacer.

Hunt, George Best y Barry Sheene, fueron los británicos que, bajo su fama de guapos, melenudos, viciosos y mujeriegos, transformaron el mundo del deporte. Se convirtieron en símbolos de una época y fueron los primeros deportistas en demostrar que los atletas también podían tener el estatus de estrellas del rock. Por aquel entonces, futbolistas, tenistas o motoristas tan sólo eran mencionados en las crónicas deportivas. Con Hunt y compañía, deporte y glamour ya no eran conceptos antagónicos. Y todo ello no ha dejado de cesar hasta el día de hoy, de hecho, cada día es más y más real.

A pesar de todo ello, ¿se imaginan a Fernando Alonso borracho antes de empezar un Gran Premio fumando mientras habla con Lewis Hamilton de las azafatas de la parrilla? El expiloto Sir Stirling Moss se mostraba irónico: ‘en vez de ir a perseguir chicas, como hacíamos en mis tiempos, ahora cuando acaba la carrera los pilotos le van a dar las gracias a Vodafone’. Es decir, el dinero es el que tiene el control y por tanto, los pilotos tienen unas directrices que cumplir. Deben aparentar ser modelos de comportamiento a seguir.

Pero aquí voy a plantear algo. Cuando la imagen intachable de un deportista se ve afectada en un abrir y cerrar de ojos porque le pillan infraganti metiéndose, por ejemplo, cocaína, en este punto, se produce un caos. Por ejemplo, Tiger Woods, la figura mediática-económica de Estados Unidos, al ficharlo en 1996 le apodaron como el ‘chico de oro’ por antonomasia del deporte global. En 2009, tras haberlo conseguido todo y con unos ingresos de 100 millones de dólares anuales, se descubrió su verdadera cara.

La lista de ‘el tigre’ de infidelidades era inacabable y sus fiestas de alcohol y póker en Las Vegas eran comunes. El escándalo fue mayúsculo en todo el mundo. Tuvo que retirarse temporalmente del deporte y tuvo que pedir perdón públicamente. A Hunt esto no le hubiera pasado porque lo hacía abiertamente a ojos de todo el mundo. Por tanto, yo no defiendo el consumo de drogas ni la vida que llevaba Hunt en los circuitos, pero sí que en los años 70, aunque los modelos de comportamiento no eran modélicos, no existía la hipocresía que hay ahora en todos los deportes.

Por tanto, el mundo del deporte, especialmente de la Fórmula 1, necesita a más Hunts y Raikkonens. Gente que rompa las reglas y huya de modelos prefabricados por la publicidad. Seguramente, muchos deportistas son personas ingeniosas e irónicas, pero sus patrocinadores no les dejan ser quienes en realidad son.

El corazón de James Hunt dejó de latir a los 45 años en Wimbledon, Londres.

miércoles, 2 de abril de 2014

EL SANTO GRIAL ESTÁ EN LEÓN



El cáliz más importante de la cristiandad, la copa de la que bebió Jesucristo en la Última Cena se encuentra en la ciudad de León. Así lo han confirmado numerosas investigaciones y documentos inéditos que han salido a la luz tras un profundo letargo. La que hasta ahora había sido la copa de Doña Urraca, famosa por sus piedras preciosas y su gran trabajo de orfebrería, es la reliquia de la cristiandad de la que se han hecho numerosas películas, de la que se han escrito múltiples libros y cómo no, reportajes de todo tipo. Por fin se sabe que el Santo Grial se encuentra en la Basílica de San Isidoro, uno de los monumentos románicos hispanos más importantes.

La muesca que prueba el descubrimiento fue arrancada con una gumía de doble filo por Bani-I-Aswad, el jefe de la expedición que llevó a León la copa de la Última Cena en 1055. Durante el viaje, el cáliz fue custodiado por un obispo de Yalaliqa (nombre que recibía el Reino de León en las fuentes islámicas). La documentación necesaria para el hallazgo se encuentra en dos pergaminos localizados en la biblioteca de la Universidad de Al-Azhar, en El Cairo (Egipto), la más emblemática de todo el Islam, fundada en el año 975 y convertida en un gran centro de conocimiento por el sultán Saladino.

La medievalista y cronista de León, Margarita Torres Sevilla, y el historiador de arte, José Miguel Ortega del Río, autores del libro Los reyes del Grial, que llegará a las librerías muy pronto, desvelan todo el entramado, sin embargo, han reconocido que ‘el puzle no queda definitivamente cerrado’, aunque se están jugando su ‘prestigio académico con el ensayo’ y, por tanto, todos estos datos son verídicos. El principal escollo es una ausencia de conocimiento de 400 años, ya que el primer testimonio escrito sobre el Santo Grial data de esta fecha. La fuente con mayor fiabilidad y más antigua conocida es el Breviarius A, una ‘guía’ de Jerusalén que describe la capilla de Cristo y del cáliz.


El Santo Grial permanece en Jerusalén hasta el siglo XI. En el año 1096, fecha de la primera Cruzada, el cáliz desaparece misteriosamente de la ciudad santa. En ese año la famosa reliquia llevaba 41 años ya en León, el cual fue recibido en 1055 por Fernando I el Magno. Se trataba de un regalo del emir de la taifa de Denia, a quien le convenía tener un buen trato con el que, en ese momento, era el monarca más importante y poderoso de la Hispania cristiana. El rey leonés llevó a cabo parte de la Reconquista y como reza en su tumba del Panteón Real: “Hizo tributarios suyos, con las armas, a todos los sarracenos de España”. Además, la copa no llegó sola, estuvo acompañada siempre de numerosas piezas de un valor hoy en día incalculable que se pueden contemplar en el Museo de la Basílica de San Isidoro de León.

Los manuscritos que se han encontrado en El Cairo son de vital importancia para el hallazgo. En ellos se cuenta que el emir de Denia fue el único de todo el Islam que acudió a la llamada desesperada del califa fatimí ante la terrible hambruna que azotó a Egipto en el año 447 de la Hégira (2 de abril de 1055). El rey de Denia, envió un cargamento de víveres y pidió a cambio ‘la copa que dicen los cristianos que es del Mesías’ para enviársela a ‘Ferdinand Kabir, emir de Liyyun’ (Fernando el Magno, rey de León).

Por último, concretamente en el primer documento, se encuentra el recorrido del preciado cáliz. La Copa de Cristo fue robada de Jerusalén por los califas fatimíes de Egipto para ser entregada a un rey taifa español, el emir de Denia. Un viaje de 5.000 kilómetros hasta llegar a León. Otra prueba fundamental es el cáliz en sí mismo. Por su trabajo de orfebrería y su decoración es coetánea a tiempos de Jesucristo, se trata de los llamados vasos de murrina utilizados frecuentemente por la nobleza. Por tanto, todas y cada una de las pruebas que existen hoy en día conceden a la copa de Doña Urraca una importancia superior, la gran reliquia del Santo Grial.