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domingo, 28 de abril de 2013

GIORDANO BRUNO




Se hacía llamar ‘el Nolano’ por haber nacido y crecido en Nola, un pueblo cerca de Nápoles. También se hacía llamar ‘el exasperado’ por la pasión con que defendía sus ideas frente a sus contrincantes. Una figura desconocida por muchos y que, seguramente, tuvo una importancia mucho más visible que la de otros grandes del siglo XVI. Giordano Bruno fue un filósofo y se le puede catalogar como uno de los espíritus más inquietos e indómitos de la Europa de su siglo.

El filósofo nació en 1548. Con 15 años viajó a Nápoles, donde ingresó en un convento de la orden de los dominicos. Aquí, no tardó en causar revuelo por su carácter indócil y sus actos de desafío a la autoridad católica. Sus gestos podrían catalogarse como sospechosos de protestantismo, en unos años en que la Iglesia perseguía duramente en Italia a todos los seguidores de Lutero y Calvino. Finalmente, Bruno fue denunciado a la famosa Inquisición. Sin embargo, la acusación no tuvo consecuencias y el filósofo pudo seguir con sus estudios.

Cuando Bruno ya era sacerdote y teólogo fue germinando en su mente ideas extraordinarias a la vez que atrevidas, que ponían en cuestión la doctrina filosófica y teológica oficial de la Iglesia. Al igual que Copérnico, Bruno rechazaba que la Tierra fuera el centro del universo, llegó a sostener que “vivimos en un cosmos infinito repleto de mundos donde seres semejantes a nosotros podrían rendir culto a su propio Dios”. De esta forma, como el teólogo no dudaba en mantener acaloradas discusiones con sus compañeros de orden sobre estos temas fue acusado de herejía en 1575.

A partir de este momento, Bruno se convirtió en un fugitivo que iba de una ciudad a otra con la Inquisición pisándole los talones. Viajó por Roma, Génova, Turín, Venecia, Padua, Milán y, fuera de Italia, entre otras ciudades, estuvo en Lyon, Toulouse, Ginebra, París, Praga, Londres y Fráncfort. Gracias a sus ideas fue célebre en toda Europa. El propio Enrique III se sintió atraído por su pensamiento y, aunque no podía apoyar de manera abierta sus ideas heréticas, le extendió una carta de recomendación para su traslado a Inglaterra.

En Inglaterra, Bruno estaba a salvo, pero su ímpetu le pudo y su suerte cambió drásticamente. Hallándose en Alemania, donde el protestantismo ya estaba implantado, el teólogo recibió una carta de un noble veneciano, Giovanni Mocenigo, quien mostraba un gran interés por sus obras y le invitaba a trasladarse a Venecia para enseñarle sus conocimientos a cambio de grandes recompensas. En un momento dado, ya en Venecia, Bruno quiso volver a Alemania, sin embargo, Mocenigo insistió en que se quedara y, tras una larga discusión, el filósofo accedió a posponer su viaje hasta el día siguiente.

Fueron sus últimos momentos de libertad. El 23 de mayo de 1592, Mocenigo apareció con algunos gondoleros en su habitación y le apresaron. El noble veneciano declaró en el juicio que trabajaba para la Inquisición y que, efectivamente, había tendido una trampa a Bruno. Éste pasó siete años encarcelado en la prisión de Roma, junto al palacio del Vaticano. Cuando compareció ante el tribunal, Bruno era un hombre totalmente demacrado, pero no había perdido un ápice de su determinación: se negó a retractarse y los inquisidores, por orden del Papa Clemente III, le ofrecieron cuarenta días para reflexionar, aunque se alargaron a nueve meses.

El 21 de diciembre de 1599 Bruno fue llamado de nuevo por el tribunal, pero se mantuvo firme en su negativa a retractarse. Giordano Bruno fue declarado hereje y se ordenó que sus libros fueran quemados. Al mismo tiempo, la Inquisición transfirió al reo al tribunal secular de Roma para que castigara su delito de herejía ‘sin derramamiento de sangre’. Esto significaba que debía ser quemado vivo. Tras oír la sentencia Bruno afirmó: “El miedo que sentís al imponerme esta sentencia tal vez sea mayor que el que siento yo al aceptarla”.

Finalmente, el 19 de febrero de 1600, fue llevado al lugar de su ejecución, el Campo dei Fiore. La ejecución de Bruno fue un espectáculo horroroso. Un testigo explicaba que “para aterrorizarlo le habían preparado una gran pila de leños, carbón, astillas y diez carretadas de alquitrán, y cubrieron al prisionero con esta sustancia de pies a cintura para que no muriera demasiado rápido”. Para que no hablara a los espectadores le paralizaron la lengua con un clavo. Cuando ya estaba impregnado de alquitrán y atado al poste, un monje se inclinó y le mostró un crucifijo, pero Bruno volvió la cabeza. Las llamas consumieron su cuerpo y sus cenizas fueron arrojadas al río Tíber. Una de las miles de injusticias perpetradas por la Inquisición. El asesinato de un hombre cuyas ideas fueron innovadoras y de gran valor.

Fuente: PUJOL MARTÍNEZ, Elena. 2013. Historia: National Geographic. Número 113.