Son
muchas las mujeres asesinadas por sus cónyuges año tras año en nuestro país que
no pasan desapercibidas en los medios de comunicación. Existen numerosos casos
donde el poder mediático es responsable, directo o indirecto, de maltratos y
asesinatos debido a un tratamiento informativo impropio. Es muy importante que
el periodista cada vez que informa tenga presente que el poder de sus palabras
en este tipo de conflictos violentos puede resultar transcendental.
En
el año 1998, una mujer fue apuñalada por su marido porque ésta no quiso asistir
al talk show –o reality show– de Antena 3, Lo
que necesitas es amor, a escuchar sus súplicas de reconciliación. En casos
similares, muchas de las mujeres que participaron en este tipo de programas
televisivos para denunciar públicamente sus casos de maltrato, fueron asesinadas
a manos de sus maridos o exmaridos. Ana Orantes (1997) fue quemada viva tras
hablar de su situación en Canal Sur; o Ana Belén (1998), acuchillada tras
hablar en directo en el programa de Ana Rosa Quintana.
El
último de este tipo de sucesos, donde el medio de comunicación es directamente responsable,
fue a finales del año 2007, cuando una mujer fue mortalmente maltratada tras
participar en el programa vespertino El
diario de Patricia, también de Antena 3 –es meramente casual que en este
medio se hayan producido estos acontecimientos, ya que en otros, sobre todo
televisivos, también han existido o existen programas con formatos similares,
por lo que en ningún caso critico en especial a esta cadena– que fue víctima de
durísimas críticas.
El
hecho en cuestión se produjo cuando el ex novio de la víctima y presunto autor
de los hechos, con un largo historial de maltratador y con una orden de
alejamiento incluida, había recurrido a la desesperada al programa para pedir
públicamente en el plató una nueva oportunidad. La víctima le rechazó sin
dudar. Hago especial hincapié en este caso porque la mujer no tenía
conocimiento alguno de por qué el medio la había invitado. Error tremendo por
parte de la cadena televisiva que debemos aplicar en todo su significado.
Como
es lógico, cuando se supo que la víctima había sido esa persona, la reacción
instantánea de la opinión pública, recordó que algún caso de este tipo se veía
venir y pidieron la inmediata retirada del programa poniendo otros ejemplos de
casos de mujeres asesinadas tras intervenir en este tipo de formatos. La cadena
y la productora; sin embargo, mantuvieron una posición firme en defensa del
programa, alegando que no se hacían responsables de lo que conllevaba una
intervención de libre expresión en materia de contenidos. No se retiró el
programa.
Como
dice un tópico literario de origen bíblico: Nihil
novo sub sole (Nada nuevo bajo el sol),
es decir, que todo se repite y es cíclico, es un hecho que no aporta nada
novedoso a la experiencia y todo permanece constante. Fue lo que, en resumidas
cuentas, los directivos de la productora y cadena alegaron en defensa de su
programa, sin entrar en el conflicto moral que por entonces suponía este hecho.
A
raíz de este triste suceso, la que en ese momento era Vicepresidenta del
Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, convocó una reunión urgente a
todos aquellos representantes de las televisiones de ámbito estatal –privadas y
públicas por separado– con el principal objetivo de proponer una serie de
medidas referidas al tratamiento informativo de la violencia de género en los
diferentes espacios mediáticos.
Con
el vigente Plan Nacional de Sensibilización y Prevención de la Violencia de
Género (Ley Orgánica 1/2004) se estableció cómo se debía actuar por parte de
los operadores televisivos, las organizaciones en defensa de las mujeres y las
asociaciones de consumidores y usuarios. Todo ello se quedó en una iniciativa –ni
siquiera avanzó lo más mínimo, fue una promesa no cumplida por parte de todos–
que a pesar de ser muy meritoria, de haberse llevado a cabo, podría haber sido
una ocasión de oro para detenerse en las posibilidades y los límites del
tratamiento informativo mediático de nuestro país sobre este asunto.
Debemos
especificar que el tratamiento de la violencia contra las mujeres en los medios
es totalmente diferente dependiendo del tipo de formato al que nos refiramos.
En cuanto a información, los medios han realizado un papel fundamental en lo
que llamamos agenda setting, –influencia que tienen los medios de masas
sobre el público, al determinar qué noticias poseen interés informativo y
cuánta importancia se les puede dar– al tener una gran consideración social
sobre la importancia del conflicto.
Por
la extensión de la presencia de este tema en los medios, el maltrato y las
agresiones hacia las mujeres son noticia y cada vez interesan más desde el
punto de vista periodístico y económico. El profesor y doctor en sociología, Juan Menor se ha referido en su libro a “la
capacidad de convertir cada conflicto violento hacia las mujeres en un suceso
informativo a estudiar y reflexionar, y a seguir a la hora de concienciar a toda
la audiencia sobre otros problemas sociales de fuerte magnitud” (Los estudios sobre el tratamiento del SIDA
en los medios de comunicación. Juan Menor, 2007).
La
presencia informativa de la violencia contra las mujeres no se limita sólo al
ámbito de las noticias e informaciones televisivas, sino que ocupa cada vez más
espacio y tiempo en las secciones de opinión, artículos, editoriales,
entrevistas y reportajes de medios escritos y radiofónicos. El tratamiento ha
pasado de circunscribirse al mundo de los sucesos (programas de televisión como
Gente de TVE) a incorporarse a un
periodismo social y de carácter político-institucional. Podemos concluir con
que la violencia de género es hoy por hoy una cuestión de Estado.
Otro
de los aspectos a destacar es la contradicción en la terminología empleada en
las narraciones de los hechos y en el tratamiento de los protagonistas. Violencia
doméstica o violencia de género, términos baladí que son difíciles de expresar
ya que cada una de estas opciones lingüísticas connota visiones e
interpretaciones muy diferentes de cada conflicto violento contra las mujeres.
Cuando
los medios de comunicación hablan de violencia “de género” hacen especial
mención al entorno y al espacio donde residen las relaciones interpersonales.
Sin embargo, la violencia “doméstica” afecta a todo el ámbito familiar,
incluyendo parejas –la relación de éstas con sus ascendientes y descendientes–
o los abusos paternos filiales o contra las personas más débiles del sistema
como los ancianos y los niños. Incluso, podríamos referirnos a la violencia
contra las personas que realizan un trabajo doméstico como las asistentas de
limpieza o las niñeras. Por tanto, las víctimas por ser mujeres “quedan
rescatadas” cuando hablamos bien de violencia machista –o de violencia sexista –
o bien de violencia de género.
Para
una mayor comprensión de lo que supone realizar un correcto tratamiento
informativo sobre este tema, hay que tener en cuenta un conflicto general que
precede y trasciende a las situaciones particulares: la identidad masculina y
la identidad femenina. Podremos actuar eficazmente –sólo si se hace anticipada
o preventivamente– contra la violencia de género si se asume que en nuestra
sociedad se entiende por ser hombre o mujer algo diferente. “Una distorsión que
está presente en cualquier momento cotidiano: los cuentos de la infancia, los dibujos
animados, los eventos deportivos –tenis, fútbol, baloncesto– los mitos antiguos
o modernos y, por supuesto, la mayoría de productos de ficción audiovisual” (Eriksen-Terzian,
A. 1998 Télévision et Sexisme).
Existe
una tendencia general –por desgracia– a la dominación por parte del varón que
se explica tan sólo por los atributos masculinos. Por contradecir a la filósofa
de tendencia feminista francesa, Simone de Beauvoir –que siempre expresaba que
tanto el hombre como la mujer eran iguales en la sociedad con rasgos hipócritas–
hoy por hoy aún existe desigualdad.
Como
dice el presidente de la Asociación de Usuarios de la Comunicación, Alejandro
Perales, en su reportaje La violencia
contra las mujeres y su tratamiento mediático, “existe siempre el riesgo de
la puesta en cuestión de esa identidad masculina en la relación con otros
hombres pero, sobre todo, en la relación con las mujeres con la consiguiente
pérdida del derecho de propiedad sobre ellas. De ahí el odio, la rabia, la
impotencia que generalmente cursa con las actuaciones del agresor. Esta es la
verdadera clave, el núcleo fundamental de las razones de la violencia de género
como categoría”.
Teniendo
en cuenta esto último, debemos decir con rotundidad que existe una carencia en
la información sobre la violencia de género –también puede ocurrir con el
terrorismo– respecto al tratamiento mediático que recibe el agresor. El
menosprecio en este tipo de actos hacia el agresor suele ser claramente
reduccionista e intenta establecer sin fisuras la imagen del agresor y de la
víctima. Las referencias verbales dirigidas a los agresores hacen que se
presente como un criminal o como un enfermo psicópata y esto no es lo que se
persigue.
Cuando
los medios se refieren al agresor tan sólo como un psicópata o un criminal, no
consiguen ir más allá en el análisis causal de su comportamiento, lo cual puede
reducir o impedir la violencia de género a través de medidas terapéuticas y
educativas y acelerar las represalias, que pueden ser preventivas en algún
caso, pero no solucionan el conflicto, amén que puedan arbitrarse contra el
agresor individual.
Principalmente
para un buen tratamiento informativo se intenta buscar que el agresor es una
persona que obviamente no tiene razón y que tampoco posee razones ni argumentos
para actuar como actúa. Nada más. Prudencia y la palabra “presunto” no deben de
desaparecer a la hora de escribir. El principal problema es que se exagera la
información, se enfoca de una forma diferente y muchas veces se cae en el morbo
y en el sensacionalismo que, por contra, es lo que más vende y seguramente lo
que de forma directa se persiga, cometiendo un grave error informativo y
periodístico.
Pero
como no todo es malo, también hay que decir que el tratamiento informativo de
la violencia machista en este país ha tenido también consecuencias muy
positivas. Este problema social se ha hecho cada vez más visible como problema
general de toda la sociedad –equiparándose a un problema de terrorismo– y se ha
conformado un “cierto modelo axiológico de empatía con las víctimas” (Alejandro
Perales, 2007) que ha conseguido la creciente presencia de éstas en medios para
alzar la voz.
Toda
la fuerza en las declaraciones y las opiniones que todas las mujeres
maltratadas o de colectivos de mujeres implicadas con el problema, son tan
importantes como la insistencia de las autoridades en erradicar el problema.
También para conseguir no sólo informar, sino también generar una actitud
positiva por parte de toda la sociedad, así como facilitar el aprovechamiento
de los dispositivos y recursos de atención disponibles por parte de las
víctimas actuales y potenciales. El medio más conocido es el número de teléfono
016, –el cual tiene algunos fallos de registro que pueden “avisar” al agresor
de la víctima– pero esto es un tema diferente.
Además,
debemos mencionar aquí el esfuerzo realizado durante años por los consejos para
proveer a los profesionales de la comunicación sobre el tratamiento de
violencia de género una serie de pautas informativas –como la iniciativa del
Instituto de la Mujer y del Instituto Oficial de Radio y Televisión así como el
Decálogo de recomendaciones a los medios de comunicación para el tratamiento de
la violencia contra las mujeres– y la propia iniciativa del Gobierno de pedir a
los periodistas que cuando traten el conflicto faciliten datos sobre los
recursos, entidades de apoyo y asesoramiento a los que las mujeres maltratadas
pueden recurrir y de esta forma, se sientan menos amenazadas y acosadas.
Los
medios en ocasiones ofrecen informaciones de lo que debería ser pero por otro
lado se discrimina en cierta manera a la mujer en la publicidad. También en
casos de relaciones intersexuales que podemos observar en series de televisión
juveniles, en los videojuegos, en las canciones y, sobre todo, en la
pornografía. Lo que ocurre en los realities que he mencionado al comienzo de
este trabajo. Como afirmaba la Vicepresidenta del Gobierno, “la violencia de
género no puede ser un espectáculo” y muchas veces se cae en este error. Tras
el interés humano se esconde un tratamiento descontextualizado que se refuerza
en este tipo de formatos que entretienen a base de conocer los testimonios de
víctimas famosas o de la calle.
Este
tipo de tratamiento no hace otra cosa que conseguir el sensacionalismo y lo que
la investigadora Fernández Díaz –en su libro La violencia sexual y su representación en la prensa (2003)–
denomina la violencia de consumo. Se intenta conseguir así el morbo, todo
aquello que pueda despertar la atención de la audiencia, a través del drama
cotidiano de las maltratadas que, en muchas ocasiones, realizan un discurso
totalmente guionizado por razones productivas –para subir o mantener la
audiencia– con lo que la información es reduccionista y estereotipada, que no
facilita una mayor información sobre el verdadero conflicto.
Teniendo
en cuenta todo lo expuesto anteriormente debemos reflexionar, tanto medios como
los profesionales sobre tres puntos fundamentales. En primer lugar debemos señalar que no se puede trabajar ni sacar
provecho de materiales que conllevan un alto grado de sensibilidad y de riesgo
social. Los encuentros, las
reconciliaciones o los problemas de este tipo expuestos en los realities
como El diario de Patricia es un mero
espectáculo televisivo sin el más mínimo respeto por la dignidad de la
sociedad. Se debe controlar este tipo de formato sensacionalista aunque ello
conlleve a una bajada –o no– de las audiencias.
En
segundo lugar, en el caso de Antena 3 y su programa, en ningún momento se puede
contactar con un invitado sin expresar el porqué de su invitación y ni mucho
menos, llevarlos engañados. Pone en riesgo la libertad de las personas a la
libre elección de sus actos y atenta contra varios principios del derecho. Y
por último, reflexionar sobre si el negocio económico de los medios de
comunicación está por encima de la dignidad humana, así como la emisión de
programas para adultos en horario infantil.
Como
conclusión, decir que tanto en el conflicto violento de maltrato como en otros
ámbitos, la telebasura hace que se cometan verdaderos atentados periodísticos y
un tratamiento informativo inadecuado. Erradicar este tipo de programas parece
una misión imposible, pero espero que en un futuro se tenga conciencia del daño
que hacen a la sociedad y que los televidentes cuando se sienten en frente de
la caja tonta sean conscientes de que se deben tomar medidas preventivas. De
nada sirve que se elimine un programa y comience otro igual y tampoco sirve que
tomemos medidas cuando los hechos ya hayan pasado. La mujer muerta, muerta está
y nadie, por mucho que se elimine el programa o cualquier causa de su muerte,
podrá devolverle la vida.
Los
casos expuestos tan sólo son una parte minúscula de lo que podemos tratar
acerca de este tema y todos debemos ser conscientes, periodistas o no, que
desde el caso Ana Orantes, es quizá en nuestro país, el problema más importante
que tenemos.
BIBLIOGRAFÍA
Los estudios sobre el tratamiento
del SIDA en los medios de comunicación. Juan Menor, 2007
La violencia sexual y su
representación en la prensa. Fernández Díaz, 2003
La violencia contra las mujeres y
su tratamiento mediático. Alejandro Perales
Télévision
et Sexisme. Eriksen-Terzian, A. 1998
Simone de Beauvoir. Bibliografías